El desenlace del proyecto del cubo de la Alhóndiga fue una de las claves que explica mi dimisión. Lo había dicho en reiteradas ocasiones, dentro del partido. Insistía en su importancia para dinamizar el área metropolitana de Bilbao y no comprendía los innumerables obstáculos del ejecutivo autónomo. Mucho menos podía justificar la ineficacia de la cúpula del PNV para hacer efectivo un compromiso electoral de esta envergadura. En la ejecutiva decían que estaban de acuerdo con la idea, pero no conseguíamos los permisos para iniciar las obras. Josu Bergara, a la sazón secretario de la ejecutiva del partido (EBB del EAJ-PNV), intentaba hacer de puente entre el Ayuntamiento y Vitoria. Le teníamos plenamente informado de todo. Acudió con nosotros a casa del arquitecto Francisco Javier Sáez de Oiza en Madrid, a conocer de primera mano el trazado, la maqueta y detalles del diseño antes que se diera a conocer a la opinión pública. Todos, ejecutiva y gobierno, tuvieron la oportunidad de dar su opinión, aportar sugerencias, cambios, modificaciones. Nada dijeron. Se mostraron satisfechos de lo que vieron en Madrid.
Bergara fue testigo directo, actor él mismo en ocasiones, y sujeto paciente, del incalificable comportamiento de los representantes del Gobierno vasco, responsables de Cultura y Presidencia.
Se convirtió en un auténtico calvario.
Ya en el comienzo, desde la cúpula del partido, habían hecho unas desafortunadas declaraciones, en plena campaña electoral, allá por marzo de 1987, cuando dijeron que:
«eso de hacer un centro cultural en la Alhóndiga no es más que una manifestación hecha por Gorordo a un periodista a las ocho de la mañana, tras pasar una mala noche».
Por lo visto, no gustaba mucho la idea dentro de la dirección del PNV. Tuve que soportar la injusta paradoja de que algunos de los que más se habían significado en la escisión política por sus coqueteos con EA, y más habían dudado de seguir en el PNV, fueran los principales opositores al cubo de la Alhóndiga. Personas concretas de Cultura, con nombres y apellidos, a las que nadie nunca les abrió ningún expediente.
Utilizaron todos los procedimientos a su alcance para boicotear el proyecto; y al final lo consiguieron.
Resultó especialmente lamentable la intervención de la cúpula del PNV en el proceso. Por algunas de sus acciones y, sobre todo, por las omisiones. Empezaron, ya en la campaña, con la impertinente declaración que antes he comentado. Su calculada y limitadísima actuación, su inhibición, en definitiva, fue decisiva para el desenlace final. Sabían perfectamente que en el departamento de Cultura y en la presidencia del Gobierno vasco se oponían. Pero hicieron muy pocos esfuerzos para que se arreglara la situación. Su única y tardía aportación, como luego veremos, parece más bien dirigida a salvar su propia responsabilidad que a resolver el conflicto.
Nunca entendí sus planteamientos huidizos para con Jorge Oteiza. Les llamé varias veces invitándoles a un encuentro con el escultor para que trataran de reconciliarse y aprovecharan su prestigio y su fuerza creadora para inyectar nueva savia en la política cultural, al tiempo que podían ofrecerle un desagravio por el incalificable comportamiento hacia su persona con la campaña del busto de «Sabino Arana», que Oteiza ofreció desinteresadamente para que se pudiera hacer una Fundación en la casa donde nació el fundador y promotor del nacionalismo vasco. Nunca le explicaron nada de la recaudación de fondos de la misma, ni de la marcha del proyecto.
Oteiza se consideraba utilizado y recusado al mismo tiempo. Por ello, ante mi oferta de colaboración abierta, sin condiciones, no lo dudó un momento y acabó ilusionadísimo. Sería la culminación de todo lo que a lo largo del tiempo había propuesto al Gobierno vasco. Recordaba su oferta al Gobierno de Aguirre y la repitió a la Administración surgida tras las primeras elecciones de l977: la creación de un Instituto Internacional de Investigaciones Estéticas Aplicadas. Primero lo había pensado instalar en el edificio de Sabin Etxea. Le rechazaron sin explicaciones. Y lo repitió de nuevo para el Centro Cultural de la Alhóndiga. Por ello se sentía satisfecho.
Sospecho que tenían mala conciencia de que no nos apoyaban lo suficiente, porque un buen día, con el proyecto en peligro de no prosperar por las sucesivas maniobras del Gobierno vasco, la dirección del PNV me envió un mensaje diciendo que se ofrecían a organizar una reunión con un arquitecto de la Junta de Patrimonio (organismo supuestamente técnico en manos del Gobierno vasco), que se oponía a la intervención en la Alhóndiga. No sabíamos si la querían hacer a espaldas del Gobierno vasco, del lehendakari y de Cultura o si contaban con su beneplácito.
Era un sábado por la mañana. Me encontraba en Madrid en casa de Paco Sáez de Oiza, junto a Jorge Oteiza. Debatimos la cuestión. ¿Qué pintaba en aquella circunstancia la cúpula del PNV mediando en un conflicto del que ellos eran los causantes directos, por no apoyarlo en los momentos clave anteriores?
Oteiza no quería acudir. Nos hizo un análisis preciso, estratégico, de la situación y sostenía que no teníamos que negociar nada con nadie. Acceder a ello era una muestra de debilidad por nuestra parte. Sáez de Oiza y yo, aunque con dudas y vacilaciones, optamos por lo más pragmático, opinando que había que acudir a la reunión, que había que intentarlo.
En este ambiente se celebró esa importante reunión, -que no trascendió a los medios de comunicación-, entre miembros de la dirección del PNV, en concreto su presidente Javier Arzalluz, su secretario Josu Bergara y Mitxel Unzueta, que acudieron junto a uno de los arquitectos de la Junta de Patrimonio que más se oponía al proyecto. Por nuestra parte, Sáez de Oiza, Jon Intxtaustegui y yo mismo, en calidad de alcalde de Bilbao.
La reunión sería muy tensa. Quedamos en que la íbamos a grabar, lo que denota el grado de desconfianza. Acudíamos a la cita después de haber soportado una intensa campaña en contra. Tanto por parte de un grupo de arquitectos y ciertos colectivos, como por el Gobierno vasco. No podía comprender, ni aceptar, la actitud aparentemente neutral que estaba tomando el PNV puesto que el asunto les afectaba e involucraba, al ser un compromiso electoral, el más sobresaliente, conocido e importante. Se estaban lavando las manos, permitiendo al Gobierno una oposición frontal al plan y, encima, querían aparecer ahora como mediadores. Era el colmo.
Reproduzco aquí la transcripción literal de la parte de la reunión en defensa de nuestro proyecto. El arquitecto Sáez de Oiza estuvo brillante en su intervención. Fue, con mucho, lo mejor de una reunión de triste recuerdo. De lo que dijo entresaco las partes más significativas:
– «Yo no sé qué voy a exponer. Es muy difícil, muy polémico y muy violento. Yo soy tan violento como Oteiza; hasta ahora no he tenido la pureza esa que tiene Jorge de actuar, que me permite hacer obra que a él casi se le niega por su manera, dijéramos, personal, de ir contra sí mismo…la defensa de una situación casi visionaria, utópica de la realidad que es inalcanzable y por tanto siempre es hermosa. Yo me implico más con obras que hago y por tanto confieso que no soy tan puro ni tan perfecto, ni tan …».
Con esta introducción, Oiza justificaba nuestra presencia allí. Dejaba clara nuestra voluntad de consenso y pragmatismo y, en cierta manera, respondía a Oteiza que ese mismo día por la mañana había defendido en Madrid que no teníamos que ir a la reunión, que sería una trampa. Como antes he comentado, decidimos acudir porque queríamos que se hiciese el proyecto y estábamos dispuestos a aceptar nuevas condiciones.
– «Y en este orden de cosas yo diría, de entrada, le voy a decir, de entrada, violenta: yo, es que cuando le guste a la Junta, no lo voy a hacer. Eso lo veo evidente, lo veo evidente y el día que a Chueca le guste -que no sé si Chueca aparece en todo esto- es que ese día no lo hago para nada. Es decir, tengo mi sentido de la responsabilidad y del prestigio y de lo que es la buena arquitectura que se merece un pueblo, como el pueblo vasco, y entonces no estoy dispuesto a hacer aquello que a otros les guste cuando a mí me parece que no es posible, ni viable, ni factible, ni humanamente realizable».
– COMENTARIO. Si de verdad querían resolver el litigio, tenían que haber suspendido la reunión en ese momento y apoyar el proyecto, así de sencillo. Si Paco Oiza era quien era, con todo su prestigio, sus concursos ganados, sus premios, etc., ¿quiénes eran ellos para dar el capricho a un amigo suyo, que aún no ha puesto encima de la mesa nada comparable a la obra de Oiza?
No es fácil imaginarse qué estarían pensando, mientras Oiza hacía unas manifestaciones tan contundentes.
– «Me han dicho que agrede», dijo, con cierto aire de ofendido, » y yo no sé a qué agrede…»
– «He preparado unas notas…». Empezó hablando de la torre Eiffel. Luego pasó a temas de fondo. «En la cuestión de la restauración en que hay mucho que hablar, tengo claro que hay que preservar el legado del pasado, pero hay que hacer posible también la visión del futuro y la transformación de Bilbao desde la alameda ésa que hay al otro lado de la ría hasta lo que es el Bilbao actual. La Alhóndiga es un edificio menor, de segunda clase, que se podría derruir olímpicamente; yo estaría dispuesto. Ustedes me dicen: oiga, ¿usted firmaría tirarla? Cuando quieran se lo firmo. Oteiza, por supuesto, a lo mejor Moneo también y muchísimos arquitectos».
– COMENTARIO. Había puesto el dedo en la llaga. Un edificio, que, ni es el mejor de Bilbao, ni el mejor de Bastida. Que se puede tirar, a juicio de muchos arquitectos y artistas, que el cubo respetaba sus fachadas y, aun así, teníamos que ver cómo otros estaban intentando cargarse la idea misma.
– «Pero si la memoria del pueblo vasco y las gentes de Bilbao, lo tienen tan arraigado…» –lo que no estaba nada claro, a juzgar por la encuesta mencionada, pues sólo eran un 20% de los bilbaínos los que se oponían al proyecto-. «…Si esto es así, se puede aceptar, yo lo acepto, que se preserve parte de ese material, sobre todo, porque en la memoria de Bilbao tiene un cierto peso. Pues perfecto, se puede salvar. Ahora, lo que se puede hacer en la Alhóndiga, pensando en el amor que tengo al pueblo vasco, es algo esplendoroso, y esplendoroso es mirar al futuro y ver lo que puede ser Bilbao dentro de unos pocos años a partir de un gobierno como hay ahora, más nacionalista, más vasco, más propio».
– «¿Qué podemos hacer?. ¿Qué es salvar la Alhóndiga?». Bueno, pues salvar la Alhóndiga es destruirla, o sea, salvarla con sentido de futuro es destruirla y montar sobre ese solar esplendoroso, que no tienen vecinos, que se puede fácilmente limpiar, montar un centro cívico, si se quiere, para la ciudad. Un centro cívico impresionante. Para eso no hay que usar muchas piedras de la Alhóndiga, que tiene muy pocas por cierto, pues casi todo es revoco y ladrillo, o sea que tampoco tiene materiales muy nobles que salvar… Pretender, como dice algún miembro de la Junta, salvar 3 crujías ó 5; además para colocar como un patio de manzana en el interior para ventilar un poco… Pero, ¡si este edificio no tiene interior! Si esto no hay quien lo suscriba, que este interior de columnas, cada 4,5 metros ó 5, todas degradadas, sin resistencia física. ¡Si no tiene interior! Y el exterior es discutible…»
– «Mi punto de vista es clarísimo. O sea, que no se trata de un caso de difícil actuación, sino fácil. Se podría limpiar, como está el solar de Santiago Apóstol, convocar un concurso internacional y decir: ¿Qué se merece el pueblo vasco ahora, si quiere construir un centro cultural, que sea más que un hipermercado, que un centro comercial, que un lugar de éstos dijéramos, de economía dineraria, que tenga más un fundamento cultural? Muy fácil, pues muy fácil, mirar poco al pasado…».
En ese momento Oiza pasa revista al pasado y al concepto de transformación de las ciudades:
– «..Los planos tienen que llevar fecha. El Bilbao de hoy no es el de ayer. Paseando por la historia, uno descubre que la ciudad es un objeto en continua transformación y hay casos singulares como Venecia que son esplendorosos, pero que son verdaderas momias, verdaderos cadáveres. Como ha dicho algún autor, Venecia es de las pocas ciudades que no tienen futuro, porque su futuro es su presente, que también es su pasado».
Continuó hablando del Partenón, Brunelleschi, Paladio, Hernán Ruiz el joven, el Obradoiro de Santiago de Compostela…
– «De manera que siguiendo esta alegación, diría ¿qué tengo que hacer con este material que se me entrega para seguir adelante, proyectarme sobre el futuro y entregar a Bilbao una arquitectura que yo mismo no sabría hacerla si no hubiese tenido la Alhóndiga?. Pero, a lo mejor, la Alhóndiga, como le pasó a Paladio, puede morir en la batalla. La Alhóndiga sólo me permite a mí ser mejor para hacer una solución vasca esplendorosa como no pueden tener los de París».
– COMENTARIO. Alguno podría pensar que Oiza se estaba poniendo a la altura de los mejores. Es cierto. Pero lo que no cabe ninguna duda es que su prestigio, sus obras y sus reconocimientos y premios le sitúan en un nivel muy alto.
– «Porque todos estos hechos son históricos, es decir, oiga, la Alhóndiga puede morir, pero, desde luego, no morirá si ha sido la causa de que se genere ese paso trascendental en la arquitectura vasca, que ha permitido hacer una plaza cubierta en los días malos, cerrada, con un diedro, especie de frontón simbólico, sobre el que desarrolla un museo, un centro de investigaciones estéticas. Pero ya le digo mi punto de vista en las alegaciones. Yo quiero ser tan histórico como los arqueólogos, pero no sólo arqueólogo, porque terminan su misión preservando los edificios, y la función de la ciudad no es preservar los edificios que tiene. Uno de sus parámetros es la conservación de los edificios que tiene y, otro, es mirar hacia el futuro, ver sus políticos, sus gobernantes y saber a dónde va ese pueblo, porque ese pueblo no puede estar donde estaba, camina como todos los pueblos de la tierra. Entonces mi misión es decir: recibo la Alhóndiga, me planteo el problema y sé que tiene que morir gran parte. Oteiza, y tiene razón, yo les digo, tiene razón, está molesto conmigo, porque conservamos tres fachadas, no debiéramos conservar ninguna. Él, con mucha más sabiduría dice: sólo hay que conservar como reliquia tres fragmentos de la fachada en un determinado sitio».
– COMENTARIO. A esta altura de su intervención, que nadie se atrevía a interrumpir, se veía claro que se estaba dirigiendo al partido que gobernaba en Euskadi, con apoyaturas contundentes. Y estaba hablando desde su autoridad que, en el mundo de la arquitectura, no es pequeña. ¡Qué poco se imaginaba Oiza, en esos momentos, el ínfimo impacto que causaría en la cúpula del PNV!
Oiza continuaba:
– «Claro que la misión de un conservador es conservar. Pero una ciudad, usted que es un político de altura, que gobierna las ciudades desde todos los ángulos, pues dirá: tengo que oír al conservador para ver cómo se debe conservar lo que se debe conservar de aquí, y tengo que mirar al hombre del futuro, al visionario, cuando me dice cómo va a ser Euskadi dentro de 20 años, no vaya a ser que nos quedemos atrás y otros pueblos mucho menos dotados, estén por delante de nosotros. En nombre de la Historia, tomaré el material del pasado, un mercado de vinos de Bastida, para por sugestión de la ciudad, hacer una propuesta de un Centro Cultural vivo, en un punto neurálgico como es éste. Porque el Centro Cultural no se puede colocar en otros sitios, sino en lugar céntrico, para montar algo que sea fundamentalmente plaza y cubierta».
– «No hay más solución que la que hemos propuesto, es decir, utilizar este material del pasado para proyectar sobre él, el futuro. Si no tuviéramos este material, posiblemente no sabíamos ni lo que hacer».
Continuó con algún comentario sobre la pirámide del Louvre, o el «Arco de la Defensa«; y, por último, mencionó la gran habilidad política de Mitterrand con todo lo que está haciendo; y pasó a referirse al arquitecto de la Junta Asesora, allí presente:
– «Vosotros, gran parte de la Comisión, estoy seguro que sois gente que estáis cumpliendo una función muy agradable y muy interesante de preservar el pasado, pero, ¡no os paséis!, porque no se vive sobre el Madrid de los Austrias, ni se vive sobre una ciudad medieval. Se vive hoy y lo que pasa es que si vivimos hoy tenemos que tener amor a nuestros padres y antepasados y conservar y preservar esos castillos, esas villas, esos recintos maravillosos que tiene el País Vasco, pero, no solamente preservándolo, conservamos lo que es el pueblo vasco. Es como navegar. Navegar es conocer las estrellas, es decir, tener puntos fijos, sin puntos fijos a los que anclarte no puedes proyectarte hacia más adelante».
Aquí terminó su turno. El arquitecto de la Junta quiso decir algo, a lo que Oiza replicó que no merecía la pena porque no se iban a entender. Y él lo que pedía era una decisión política, como yo había hecho, al principio de la reunión:
– «Les pedimos a los políticos que busquen personas que enriquezcan la Comisión y que sean menos preservadoras y más abiertas a un futuro esplendoroso para esta hermosa ciudad».
Aún volvió a emplazar a la dirección del PNV cuando dijo:
– «Pero yo sé, yo sé, le digo la verdad, que cuando digan: Esto, adelante, el País Vasco va para adelante».
– «Nada más. Hay que saltarse a la Comisión. Habrá que saltársela».
Los políticos no pudieron rebatir ninguno de los argumentos. No así el arquitecto de la Junta, que tuvo que acabar en el insulto, calificando el proyecto de disparate, olvidándose en aquél momento del tono de moderación, de la supuesta buena voluntad que decían que tenían. Y como vieron que se estaba desenmascarando, el representante del PNV terció en la conversación:
–«Esta reunión que hemos hecho, para ver si llegamos a algún punto que, después, allí pudiéramos… No lo hemos conseguido, no lo hemos conseguido».
Oiza, replicó inmediatamente:
–«Sí, yo estoy convencido de que está convencido. Ustedes se merecen este proyecto y ustedes deben salvarlo».
Los representantes políticos habían empezado a eludir sus responsabilidades, desde el preciso momento en que Oiza les atribuyó la capacidad para decidir. Ya no quisieron saber nada y siguieron con evasivas. Se escabullían. Cuando les interesa, aplican la filosofía de «esperar y ver«, para apuntarse a cualquiera de las situaciones futuras. Así, ocurra lo que ocurra, ellos no han tomado partido previamente, no han apostado, no se han desgastado.
Paco Oiza no se daba por vencido y en los últimos minutos de la reunión seguía aún esperanzado. Añadió, dirigiéndose directamente al presidente del PNV:
– «Sí, sí, se hace, se debe hacer. Voy a hacer la Alhóndiga porque creo que es usted inteligente y sabe medir lo que hay de verdad en una postura, que es muy defendible, y en la otra mía y al final dirá: pues algo de razón tiene Oiza, hay que mirar para adelante».
La última intervención de Oiza no dejaba lugar a dudas acerca de la responsabilidad que, en la toma de la decisión, atribuía a los políticos. Afirmó, dirigiéndose al arquitecto:
– «Tenemos posturas encontradas, pero para eso están estos señores, los políticos, por encima de nosotros, y ellos son los que tienen que resolver. Habrá que buscar una comisión especial, un segundo informe que resuelva, un asesoramiento de un extranjero o simplemente decir: esto se para, se hace un concurso internacional y se resuelve. Cualquier camino es bueno, menos el empecinarse y decir que hay que salvar la Alhóndiga. Seriamente, honestamente, no deberíamos salvarla. Eso lo digo de verdad y alguna vez se me ha escapado. Cuando he venido por aquí y la he visto, me digo a mí mismo: esto se podría tirar todo. El edificio ese que hay enfrente, ese garaje, –el garaje del RAG– vale más, desde el punto de vista de la arquitectura».
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Me ha parecido imprescindible recoger el contenido de la intervención del arquitecto en la reunión, transcrita literalmente, para que el lector pueda llegar a entender el proceso posterior, así como formarse una idea cabal de los responsables de que el proyecto no se haya hecho.
No quisieron volver a saber nada de la Alhóndiga. Su conciencia quedaba tranquila y lo demás, a lo que saliese. Y así salió. Pero tengo que decir que, en esta inhibición, está la clave de los conflictos posteriores. Ellos se creían con derecho a no intervenir, ni apoyar, sin importarles que no pudiésemos sacar adelante el gran proyecto, que tan brillantemente había defendido Oiza en esta ocasión.
Ahora, que lo estoy recordando, siento orgullo de haber elegido a ese tándem Oteiza-Oiza, escultor-arquitecto tan potente, luchador, eternamente joven, con el apoyo del bilbaíno y también arquitecto Daniel Fullaondo, y haberles dado la máxima libertad de creación, en mi condición de alcalde de Bilbao.
Fue una experiencia maravillosa y la memoria del Cubo de la Alhóndiga persiste en los hombres y mujeres no sólo de Bilbao, sino del País Vasco y otros lugares.
De izquierda a derecha, Jon Intxaustegi, Jorge Oteiza, Francisco Sáez de Oiza, José María Gorordo y Juan Daniel Fullaondo
Maqueta del proyecto del «Cubo de la Alhóndiga» diseñada por el escultor Jorge Oteiza y el arquitecto Francisco Sáez de Oiza y su equipo. Se aprecia que las fachadas del viejo edificio se respetaban.
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