Una dimisión no surge espontáneamente. Hoy me levanto y digo: «Me voy«.
Dimitir es algo muy duro. Un acto que supone un desgarramiento interno. Dimitir implica renunciar, resignarse, desistir, entregar. Lo más difícil, en política.
Un dato que me parece fundamental, para entender razones y ser objetivos en los análisis: dimití el 17 de diciembre de 1990, 6 meses antes de las siguientes elecciones, de mayo de 1991. Si hubiera pensado en algo ajeno al PNV, en seguir «dando guerra«, parece evidente que no hubiese dimitido entonces sino, en todo caso, poco antes de las elecciones. Con el poder en la mano, con el grupo dividido, pero desde dentro. Todos conocemos cómo se suelen hacer esas cosas, en las que el que está en el poder no lo deja, ni aunque le echen de su partido, ni cuando se va voluntariamente.
Dimití y, además, pedí a todos los concejales del partido que siguieran en sus puestos.
Creo que los hechos hablan por sí mismos. En el PNV ya había planteado la posibilidad de dimitir. No una, sino varias veces. Un año atrás, como ya he comentado. El 17 de diciembre de 1990, fecha de mi dimisión, no sabía nada del permiso para el vaciado de la Alhóndiga, ni de ninguno de los otros 21 proyectos que había presentado a Ardanza en la reunión de 7 de marzo de 1990.
Tras la reunión de 7 de Marzo, nosotros habíamos cumplido el programa establecido con el lehendakari. Nos habíamos puesto en contacto con los arquitectos de la Junta Asesora de Patrimonio, los que se oponían al Cubo. En la reunión estuve acompañado por Mikel Ortiz de Arratia y por Javier Rodríguez, arquitecto coordinador. Mikel demostró una gran capacidad de trabajo e imaginación durante toda la legislatura. Acudía en su calidad de teniente de alcalde, responsable de Cultura. Temple y coraje en situaciones difíciles con sus propios compañeros de partido, alguno de los cuales le trató injustamente, probablemente por el simple hecho de continuar relacionándose conmigo tras mi dimisión. ¡Protesto por ello!.
Tras varias horas en el restaurante «Getaria», de Bilbao con los de la Junta Asesora, terminamos hacia las 9 de la noche, y nos levantamos de la mesa con un dibujo en el que nos señalaron los cambios que teníamos que introducir en el diseño para que lo aprobaran. Todo se reducía a la altura del cubo.
Nos parecía incomprensible, caprichoso, que 20 ó 25 metros más o menos de altura pudiera ser decisivo para una idea de estas características. Pero no teníamos más remedio que aceptarlo, si queríamos que saliese adelante.
Tras tomar nota de las instrucciones, me esperaba la tarea más difícil: convencer a Paco Oiza que, por enésima vez, modificara el proyecto. No era nada fácil.
Me dijo que no se sentía con ganas de continuar. Dimos un paseo, los dos solos, por el parque de Echevarria. Oiza no era sólo un gran arquitecto y profesor de arquitectura, sino, también, una gran persona. Logré convencerle. Él, supongo, había perdido también la fe en que yo pudiese resolver los problemas de la autorización. Veía que no salíamos adelante.
Recuerdo incluso que, en ocasiones anteriores, tanto a él como a Jorge, les había aplacado para que no entráramos en confrontación directa con el Gobierno. Oteiza tenía ganas de hacer declaraciones de denuncia por la tomadura de pelo que suponía la actitud de los de Cultura. Una de esas veces, nos vimos en Algorta, en los Tamarises. Nos acompañó Bergara, secretario del EBB del PNV, es decir, máxima representación del partido. Nos garantizó que la licencia era cuestión de días, que ya estaba hecho. No ocurrió así. En estas circunstancias, y ante la desmoralización creciente, conseguí, no obstante, que Oiza se adaptara a las instrucciones concretas que nos habían dado los arquitectos que más activamente se habían opuesto.
Una vez aceptado el cambio, Oiza se tomó un par de meses para llevarlo a los planos. El 1 de Julio de 1990, y tras varios meses en los que nos habíamos impuesto un silencio en cuanto a los medios de comunicación, Oiza se reunió con la Junta Asesora del Patrimonio, a la que presentó el proyecto rectificado, según lo que nos habían sugerido. El beneplácito tan esperado para el comienzo de las obras estaba más cerca. Pasaron un par de meses y el permiso no llegaba. Insistí en que, si no había permiso, no iba a continuar, que no lo entendía ni lo aceptaba…
Un buen día, hacia octubre, poco antes de la campaña electoral para las elecciones autonómicas, me llamó, con cierta solemnidad, Josu Bergara. Quería reunirse conmigo, solos los dos. Fuimos al restaurante «Gorrotxa«, en un lugar tranquilo. Su mensaje fue claro y conciso:
«Tras duras sesiones, hemos conseguido que, por fin, Ardanza firme el permiso de vaciado».
Me confesó que no había sido nada fácil, ni con los de Cultura ni con Ardanza pero, al final, lo lograron. El acuerdo consistía en que lo iba a firmar ya, pero no lo anunciaríamos hasta después de las elecciones autonómicas, a fin de evitar eventuales reacciones contrarias de algún partido, en período electoral.
Me llevé una gran alegría. Le creí, le agradecí por su apoyo y le dije que estuvieran tranquilos, que no pensaba hacer ninguna declaración pública, con o sin permiso. Al cabo de un par de días, me llamó de nuevo y me dijo que:
«Ardanza se ha cerrado en banda y no quiere saber nada de la Alhóndiga hasta después de las elecciones».
Le dije que no era aceptable, que después de las elecciones vendría el período de negociación de gobierno; podía ocurrir que cedieran «Cultura«; que en todo caso, ya no quedaba tiempo suficiente para iniciar la obra antes de los siguientes comicios municipales.
Protesté. Protesté enérgicamente, pero sin resultado.
El 30 de noviembre de 1990, envié una carta a la ejecutiva del PNV, recapitulando todas las diferencias que estaban en el aire.
«… en lo referente a nuestra propuesta para el Museo de Arte Contemporáneo, debo añadir que si el Gobierno vasco no está interesado en ubicarlo en la Alhóndiga, –aunque, en esta situación, incumplía el protocolo de intenciones ya mencionado– ello no afecta a nuestra propuesta de acuerdo. En este sentido, lo que vemos realmente necesario es:
1. Que el Gobierno vasco nos comunique oficialmente sus intereses en este punto.
2. Que asuma el compromiso de la inversión para Bilbao.
3. Que los estatutos de funcionamiento del Museo de Arte Contemporáneo se ubique donde se ubique en Bilbao, estén de acuerdo con la claúsula 6ª de la «Declaración de intenciones» que adjuntamos y sean idénticos a los propuestos para la incorporación del Gobierno al Museo de Bellas Artes.
En todo caso debo añadir que con estas cuestiones no se resuelven más que algunos aspectos parciales de la problemática cultural de Bilbao. No debería quedar aparcado, en mi opinión, el tema de EITB, ni las grandes necesidades de infraestructura cultural y deportiva que tiene Bilbao y que el Ayuntamiento no puede abordar por falta de recursos suficientes. Y en otros campos de colaboración, aún está pendiente una respuesta concreta por parte del Gobierno al documento de 22 proyectos que entregué al lehendakari la pasada primavera.
Asimismo, y como sabes, no hemos recibido aún autorización para desarrollar el nuevo proyecto de la Alhóndiga, que el arquitecto Sáez de Oiza presentó a la Junta Asesora del Patrimonio en julio de este año. El proyecto se ajusta a las necesidades técnicas requeridas y, nos consta asimismo, que no hay oposición técnica en el conjunto de la Junta. Por ello no debiera ser difícil el desbloqueo administrativo y el cumplimiento de los compromisos que el Gobierno vasco debe asumir para su participación activa, tanto económica como técnica, tal y como estaba previsto. En la confianza de que se pueda llegar a una solución satisfactoria para todos, aprovecho la ocasión para enviarte un cordial saludo, y reiterar mi disposición a colaborar activamente con otras Instituciones públicas, en beneficio de Bilbao».
Demasiadas cosas pendientes. Demasiadas diferencias. Demasiados obstáculos. No era extraño, por tanto, que a estas alturas, mis relaciones con la cúpula estuviesen totalmente deterioradas. Al día siguiente de las elecciones autonómicas, noviembre de 1990, Ardanza, eufórico, ya no quería hablar de otra cosa más que de la victoria, de sus pactos, de su Gobierno.
Me volvieron a engañar.
El martes, 18 de diciembre de 1990, aparecía en los medios de comunicación mi último bando como alcalde de la Villa. Decía así:
AL PUEBLO DE BILBAO
– «Cuando el 20 de Julio de 1987 tomé posesión de la muy honrosa condición de alcalde de Bilbao, estaba muy lejos de imaginar que hoy iba a presentar la dimisión y precisamente por las causas que, de acuerdo con mis principios y convicciones, me han obligado a hacerlo. Si algo tienen en común situaciones tan dispares, no es sino el apasionado entusiasmo que en todo momento he tenido de sacar a Bilbao del decaimiento que ha caracterizado sus últimas décadas y hacer de él un entorno, un colectivo humano capaz de los máximos niveles de prosperidad moral, cultural y material. Acepté la alcaldía por lo mucho que esperaba aportar a Bilbao. Hoy dejo la alcaldía, precisamente por lo mismo. Porque no deseo ser un obstáculo personal a que Bilbao reciba el trato a que tiene derecho.
Permitidme, que en esta especial circunstancia, no convierta esta intervención en un pliego de cargos y descargos contra nadie. El tiempo hará justicia para Bilbao. Soy consciente de que es una situación difícil y que no todos la interpretarán igual. Unos y otros, al menos, me aceptarán el derecho a ser leal conmigo mismo y con los compromisos públicos que contraje cuando fuí elegido miembro de este Ayuntamiento. Nunca he aceptado que los compromisos electorales sean algo vacío, que se olvide. De acuerdo con mis principios, nunca he concebido que el poder pueda ser entendido de una forma distinta a la idea de servicio a los ciudadanos.
Creo profundamente en las reglas que inspiran el sistema democrático y en el valor de las Instituciones, como expresión legítima de la voluntad popular. Por último, en todos mis comportamientos he procurado siempre no romper los principios que configuran el ideario. Por todo ello, cuando circunstancias externas a mi voluntad me impiden mantener esas fidelidades, lo que procede es dimitir y así lo hago en este momento. No quiero que nadie interprete mis reiteradas alusiones a Bilbao como un acto de chauvinismo y de ramplonería localista. He defendido a Bilbao porque ha sido la parte de responsabilidad que me ha correspondido gestionar, cuando a propuesta del Partido Nacionalista Vasco la voluntad de los ciudadanos me convirtió en alcalde de esta Villa. He nacido y vivido en Euskadi y de manera consciente y voluntaria asumí los postulados del nacionalismo vasco, como mejor forma de defender lo que era nuestro. Por ello me afilié en el Partido Nacionalista Vasco, cuyo ideario, por supuesto, sigo compartiendo. Pues bien, desde esta posición, quiero dejar claro, que ni he concebido un Bilbao de espaldas a las responsabilidades propias de ese gran proyecto que es hacer una Euskadi erguida, limpia, próspera y libre de tantas trabas y ataduras, ni he concebido a una Euskadi sin un Bilbao que ocupe el lugar que requiere el propio equilibrio de las cosas. Sé muy bien que no he hecho cuanto he deseado, pero espero que lo comprendáis. Aún así, ser alcalde de Bilbao ha sido una tarea apasionante.
El contacto con los niños, hombres, mujeres y juventud de la Villa, el conocer de cerca los barrios, los rincones y sus problemas, es algo que me ha enriquecido personalmente. Ya que no puedo hacerlo de otra forma, quiero corresponderles con mi agradecimiento. Sé que no siempre he estado acertado y que habré cometido errores. A todos los que hubieren sido afectados les pido perdón con sinceridad y cariño. Quiero agradecer a los funcionarios de esta Casa toda la colaboración que me han prestado. Os pido a todos que no perdáis conciencia de todo lo que significáis para hacer ese Bilbao mejor que todos deseamos. Este agradecimiento hago extensivo a los grupos políticos de nuestro Ayuntamiento. Sé muy bien que hemos polemizado, discutido y hasta nos hemos enfadado. Sin embargo, creo que todos hemos actuado desde nuestras propias y legítimas convicciones y que lo hemos hecho procurando servir a los bilbainos y bilbainas. También hemos hecho muchas cosas juntos y hemos aprendido más. Todos podemos presumir, yo al menos presumo, de haber compartido la experiencia más importante hecha hasta ahora en Euskadi, de corresponsabilizar a todas las fuerzas políticas en la difícil gestión de este Ayuntamiento. Quizás sea esto anuncio de mejores convivencias en el futuro.
Al tener conocimiento de mi voluntad de dimitir, algunos concejales me expresaron el deseo de compartir esta decisión. Les agradezco el gesto, pero les pido expresamente que no lo hagan. Tienen que seguir en sus puestos para que nuestra Villa no sufra más tensiones. Al próximo alcalde quiero decirle que estoy a su disposición y no como fórmula de cortesía, sino sinceramente y sin reservas. Dentro de pocos días va a ser Navidad. Deseo lo mejor para vosotros, para Bilbao y para toda Euskadi. Eskerrik asko. Zorionak eta urte berri on. Agur«.
(Extraido del libro «La política de otra manera»)
[…] capítulo I(gestación), II, III, IV(centrado en la argumentación técnica de Sáenz de Oiza), V y VI(mi dimisión como alcalde de […]